«No podemos fotografiar la experiencia ajena” afirmó en una ocasión el Christer Strömholm (Estocolmo, 1918-2002). La frase evoca su peculiar concepción de la fotografía, expresada en una obra que refleja tanto su agitada biografía y su frenética actividad viajera como su irrenunciable complicidad ante el sufrimiento humano y la complejidad de la existencia en general.
Esa mirada compasiva y discretamente humorística de la vida dio lugar a una obra absolutamente singular y de inconfundible estética.
Según sus propias palabras, Christer Strömholm (Estocolmo, 1918-2002) fue un niño repeinado con traje de marinero, atrapado en un ambiente burgués. Su adolescencia fue turbulenta, y con dieciséis años se produjo un trágico suceso que marcaría su vida para siempre: el suicidio de su padre.
Cumplidos los 17 años, comenzó a viajar por el mundo, inició su formación artística en Dresde y asistió a varias escuelas de pintura en París y Estocolmo.
En 1938 entró en contacto con la España de la guerra civil, lo que supuso el despertar de su conciencia política.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, se alistó en el bando finlandés para luchar contra Rusia en la guerra de Invierno. Se desplazó a Noruega en 1940 junto con varios de los voluntarios de Finlandia, que se organizaron contra la ocupación nazi. La experiencia de tres contiendas bélicas acabaría por dejar su huella en él y en su visión de la vida. Después de la guerra mundial regresó a París, donde ingresó en la Académie des Beaux-Arts. Allí empezó a experimentar con las artes gráficas y a explorar las posibilidades de la cámara de gran formato.
Fue entonces cuando tomó conciencia de que la imagen fotográfica le permitía expresarse de un modo acorde a sus deseos. El París de los años cuarenta reunió a los más destacados artistas del momento. Era también la capital de la fotografía, y la ciudad en sí constituía un motivo favorito para muchos. Strömholm conoció allí a muchos de los grandes fotógrafos franceses, como Henri Cartier-Bresson y Édouard Boubat. Una de sus principales fuentes de inspiración fue Brassaï, con quien compartía un interés por los fragmentos de texto, tanto los escritos en las fachadas a modo de grafiti como los de las señales, los carteles y las vallas publicitarias.