En un lugar de la galaxia de cuyo nombre no quiero acordarme, el oficio de barbero sacamuelas habría parecido la cúspide del sistema sanitario si se compara con el de peluquera antropófaga. Y es que, más que un facultativo con buen paladar, todo apunta a un retorcido juego de espejos que responde a los instintos más primarios de la supervivencia. 

Flama documenta, con mucha valentía y no menos temeridad, los pormenores diarios de un salón de belleza en el que cualquier corte podría ser el último, si miras donde no debes o te duermes más de la cuenta, pues dos alienígenas y su dueña caniforme consiguen pasar inadvertidas en los bajos fondos de la capital de España.

Con todo, por mucho que se alimenten copiosamente y disfruten de la libertad humana y de su carne, el miedo a que salte la liebre sobrevuela los tocadores. En las horas más bajas, se rinden a la evidencia de que no podrán arreglar la nave sólo con secadores y planchas antes de ser descubiertas por alguna clienta metomentodo.

Mientras, comen y beben.

G. Bravo