Cristina García Rodero (1949-) es la fotógrafa del folclore y los festivales tradicionales de la España del siglo XX. Uno de los máximos exponentes del documentalismo español y Premio Nacional de Fotografía en 1992.
La obra de Cristina García Rodero manifiesta un hondo interés por el comportamiento humano y las dualidades y contradicciones de la existencia: religioso-pagano, natural-sobrenatural, vida-muerte, placer-dolor, guerra-paz…
Su mirada indaga sobre las tradiciones y ritos que han sobrevivido durante siglos y las nuevas creencias y manifestaciones, fruto de los cambios económicos y políticos, de las necesidades actuales y los conflictos sociales.
Para el profesor Antonio Molina Cardenal, «representa la cumbre del reportaje español» de las décadas de los 80 y 90 y «el pedigrí de las fiestas populares sin aditivos, ni colorantes».
Además, para Molina, otro elemento a tener en cuenta «es el humor y la ironía, lo cual es poco habitual en otros fotógrafos obsesionados con la España negra y profunda».
Rodero es además la primera fotógrafa española miembro de la prestigiosa agencia Magnum. Es la cuarta fotógrafa del mundo en conseguirlo -las otras tres son Martine Franck, Lise Sarfati y Susan Meiselas-. Tras Cristina, otras dos fotógrafas españolas la acompañan en Magnum: Cristina de Middel y Lúa Ribeira.
La obra de García Rodero goza del valor documental y antropológico propios de una reportera que se ha dejado la piel y los negativos en conseguir las mejores imágenes posibles, en los lugares más recónditos y en las situaciones más incontrolables.
La estirpe de fotógrafos y reporteros a los que García Rodero representa bucea entre las situaciones y las personas en busca de la mejor fotografía posible, disparando mucho y manejando la casualidad y el momento encontrado como elemento estético.
La obra de los fotorreporteros que heredan la tradición clásica de Magnum entienden que para llegar a un buen puñado de fotografías es imprescindible disparar, probar y moverse mucho.
La obra de García Rodero gira en torno al ser humano de una manera cercana, antropológica, registrando momentos, lugares y costumbres que muestran el lado auténtico de sus protagonistas.
La España de García Rodero, la que le ha otorgado el reconocimiento que ostenta, es una España casi medieval anclada en el tiempo, que despierta mucho interés a nivel internacional por su valor testimonial y auténtico.
Cristina García Rodero nació en Puertollano (Ciudad Real) el 14 de octubre de 1949 en una familia numerosa. Tiene seis hermanos.
Si bien no era buena en matemáticas, desde bien pequeña destacó en danza, pintura y dibujo.
A los 16 años se compró su primera cámara de fotos, en Ceuta.
«Aquello me interesaba. Recuerdo mi primer reportaje, en Puertollano. Se llamaba ‘El día del voto’», recuerda.
«Yo creo que empecé a fijarme en la fotografía por aquellas revistas de moda francesas, como Marie Claire, Elle… que llegaban al Puertollano de los años 50, donde no había nada. Me llamaba mucho la atención la hermosura de aquellas imágenes».
A los 19 años (1968) empezó a estudiar Bellas Artes en la Universidad Complutense. El famoso pintor Antonio López fue su primer profesor.
A los 20 años se compró una réflex y descubrió el laboratorio. Todo se debió a la influencia de un compañero del colegio mayor que le animaba tanto a ella como a su hermana (también pintora y fotógrafa) a presentarse a concursos. «Con los pequeños premios que ganábamos, íbamos comprando objetivos», recuerda.
Y a los 23 años (1973) consiguió una beca: la que ofrecía la Fundación March, para reflejar en fotos las fiestas de los pueblos de España. Lo logró gracias a la insistencia de su novio de juventud y de una amiga, que le animaron para que se presentara, pues ella no se creía lo suficientemente buena. «Ya me presentaré el año que viene», les decía.
Ganar aquella beca supuso empezar a trabajar en su gran proyecto que le ha dado fama internacional: ‘España Oculta’, que se convertiría en un libro 15 años después.
Ocho años en autobús y siete más en Simca
Con aquel dinero de la beca empezó a recorrer España, de pueblo en pueblo. Los primeros ocho años en autobús, pues no tenía carné de conducir. Y a partir de 1981 con su propio coche, lo que le facilitó mucho la labor logística…
«En 1981, con una beca del Ministerio de Cultura, me pude comprar medio coche, un Simca 1200 blanco. Me compré ese modelo porque podía abatir el asiento y poner un colchón de gomaespuma para dormir en él. No es fácil encontrar en zonas muy pobres hotel o pensión para dormir. Con él, pude llegar a hacer 113 reportajes en un año, antes hacía 50 por año. Tenía el sueño de hacer mi libro. No era un libro de encargo. Era la obra que yo tenía que tener, igual que un pintor tiene que tener su obra, o un escritor, libros. Surgió en Florencia, de la añoranza de España, de la tristeza y soledad que tuve allí.
Estaba con una beca, sola y no en muy buenas condiciones. Quería dar una visión de España, luego esa visión se concentró en las fiestas. Para el libro he llegado a tener 130.000 fotogramas (no fotos) en blanco y negro y algo más de 100.000 diapositivas en color. Tenía que elegir una foto entre mil. Decir sí a una y no a 999 fotografías, era tremendo. Me acordaba de la gente, de la situación tan bonita en que se había producido tal o cual fotografía y me dolía el corazón. Tenían que quedar 86 fotos; al final, en el libro van 126. ¡Era mi libro!».
En algunos pueblos era la primera fotógrafa en llegar. Eso, unido a que era mujer y menuda, le ayudó a que los fotografiados confiaran en ella y se dejaran fotografiar.
Pero no todo fue fácil. «He viajado en todo tipo de medios. Trenes, autocares o el frío que pasas, el tiempo que pierdes. Cuando sales de viaje, te puedes encontrar con mucho fracaso. A veces, vas a una romería que te han dicho que es muy buena y vas llena de ilusión pero luego se puede convertir en una jornada frustrante porque el mayordomo está de luto y ese año no la celebran o no han tenido dinero para hacerla o ha sido una romería muy interesante en el pasado, pero no lo es en la actualidad. Mil cosas».
Era una época en la que, por supuesto, no había Internet. Obtenía la información a cuentagotas. Llamando a los párrocos de las iglesias, a las tabernas… y como última opción a los cuarteles de la Guardia Civil de las localidades que se disponía a visitar, para saber las fechas, horas y lugares exactos en los que se debía acudir cámara en mano. Y allí que se presentaba como forastera, en los pueblos de una España en la que que una mujer llegara a un bar de un pueblo preguntando por las fiestas suponía ser tachada de chica fácil, como nos contaba. Se las ingeniaba para dormir en casas de vecinos, pues en muchos pueblos no había siquiera hostales. Y se metía en el epicentro de las fiestas, procesiones y corridas de toros.
Dos años después de lograr la beca, en 1974, empezó a dar clases de dibujo en la Escuela de Artes y oficios de Madrid, en sustitución de su profesor.
Mientras, estudiaba fotografía por las noches, pero esto no le permitía acceder a las ampliadoras. Por ello, sus padres le compraron una ampliadora, para ella y su hermana, y la utilizaba de noche, en el lavabo, mientras el resto dormía.
Durante veinte años revelaba sus propias fotos, pero un problema en su fotografía favorita tomada en un cementerio en Saavedra, Lugo, en 1981, llamada ‘El Alma dormida’, que ilustraría la portada de su gran libro ‘España oculta’, le hizo tener que pedir ayuda.
Mientras continuaba con su proyecto, en 1983, con 34 años, empezó a impartir clases de fotografía en la facultad de Bellas Artes de la Complutense de Madrid (hasta 2007, con 58 años).
“Mi cámara es mi ojo. Pero no valgo como fotógrafa de actualidad o de prensa, porque soy lenta y cabezota».
En 1984 obtuvo la cátedra de Fotografía.
En 1985 recibió el Premio Planeta de Fotografía, al conjunto de su obra.
En 1987 una de sus fotos ilustró la portada del libro ‘A day in the life of Spain’, de Collins.
Cuenta ella misma que cuando tomó aquella foto, tenía el objetivo roto… Ella no lo sabía. Pero tardaba mucho en revelar… En su pequeño lavabo.
La foto está sobreexpuesta, el negativo muy denso y tiene mucho grano, era difícil positivarla…
Por ello, pediría ayuda al fotógrafo Rafa Trobat, antiguo alumno suyo, que se encargaría del revelado de sus fotos. «Cristina me propuso empezar a trabajar con ella para hacerle ese trabajo invisible. Y empezó una relación que se prolongó durante más de 15 años», explica el propio Trobat.
«Es muy perfeccionista y exigente», dice de ella, que quiere se parezca en lo máximo posible a la luz natural, aunque en el caso de la foto de la niña del cementerio (‘El alma dormida’), decidió oscurecer el cielo para llevar la imagen a la hora bruja.
Y del positivado se encargaría el fotógrafo Castro Prieto.
En aquella primera época como fotógrafa se centró en las tradiciones y en los rituales, porque ahí “está recogida la historia de cada pueblo y las necesidades de las personas”.
Seguía recorriendo los pueblos con las costumbres que más le llamaban la atención. Lo haría durante los siguientes años, hasta 1989, fecha en que publicaría su gran obra ‘España Oculta’.
En 1989, a sus 40 años, publicó su libro más famoso, en el que llevaba 15 años trabajando: ‘España Oculta’, por el cual obtuvo numerosos premios. Este libro se ha publicado en 13 ediciones.
En él retrata “un país que salía de 40 años de oscuridad y que cambiaba muy muy rápido para bien”.
El libro ganó el Premio al Libro del Año en el Festival de Fotografía de Arlés, ganando ese mismo año el prestigioso premio de la Fundación Eugene Smith de Nueva York.
En 1990, con 41 años, García Rodero fue elegida por la revista Life como una de los 121 mejores fotógrafos del mundo.
En 1991, con 42 años, expuso en el Internacional Center of Photography de Nueva York (ICP), junto a Cristóbal Hara, Fernando Herraez, Koldo Chamorro y Ramón Zabalza.
La exposición se llamaba ‘Vanishing Spain’ (La España que desaparece) y exploraba el movimiento hacia el futuro de las tradiciones enraizadas en el pasado, a través del trabajo de quince fotógrafos que viajaron por toda España para fotografiar rituales y costumbres ancestrales.
En 1992, con 43 años, publicó su libro ‘Fiestas y Ritos’, con 117 fotografías en color de las fiestas más populares de las ciudades y pueblos españoles.
En 1996, con 47 años, fue Premio Nacional de fotografía.
En 1997, con 48 años, empezó a fotografiar Cuba y Haití.
“Por las limitaciones idiomáticas y mis intereses, acabé en América Latina, en el Caribe”.
De Cuba todavía no ha publicado ningún libro, pero sí de Haití, adonde viajó en numerosas ocasiones durante cuatro años.
Fue contratada tanto por la UNESCO como por Médicos sin Fronteras para hacer los registros fotográficos de sus actividades en distintas zonas del mundo, y de ahí surgen sus incursiones a Bosnia y Sarajevo.
En 1999, con 50 años, viajó a la guerra de Kosovo con el fotoperiodista de guerra Gervasio Sánchez.
En 2001 publicó el libro en el que llevaba cuatro años trabajando: ‘Rituales en Haití’, homenaje al cuerpo y al espíritu.
«Me cuesta llegar a los sitios, aún más dejarlos. Yo nunca tonteo ni pierdo el tiempo, porque las circunstancias no se repiten”.
En 2001, con 52 años, expuso ‘Raíces judías en España”, junto a Koldo Chamorro, en Sevilla.
En el año 2005, con 56 años, comenzó el proceso de admisión a Magnum.
Quería estar con “los sabios de la fotografía” y preservar sus archivos cuando muriera, además de quitarse de encima «gorrones» que le pedían su trabajo gratis.
Coincidiendo con el comienzo de este proceso, que llevaría cuatro años, logró la Medalla de oro al mérito en las Bellas Artes.
En el años 2006, con 57 años, el fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto (quien le positivó las fotos de ‘España oculta’) le ayudó a organizar su obra y positivar los negativos.
Y se alzó con el tercer premio en el Word Press Photo.
Fruto de sus numerosos viajes a la montaña Sorte, en el noroeste de Venezuela, donde se realiza el misterioso culto de María Lionza, retrató durante tres años este mágico movimiento sincrético y profundamente religioso que combina la posesión espiritual, la magia negra, los ritos esotéricos y los rituales católicos.
Maria Lionza es la figura central de uno de los cultos más grandes de Venezuela.
Su culto es una mezcla de creencias africanas, indígenas y católicas similar a la santería caribeña.
Ella es reverenciada como una diosa de la naturaleza, el amor, la paz y la armonía.
El culto a este mítico personaje venezolano se remonta al siglo XV y así es como se sigue haciendo desde 1998-2008.
Las fotografías de Cristina García Rodero sobre el culto de María Lionza muestran a hombres con el torso desnudo, rodeados de humo de incienso y velas, que cubren el suelo. Sus fotos suenan a chillidos. Otras fotos muestran a mujeres, con los ojos cerrados, la cara tensa, chupan profundamente cigarros. Se ve a un chamán que esgrime un cuchillo…
En el año 2009, cuatro años después de comenzar el proceso, entró en Magnum por mayoría secreta. Nunca antes un español lo había logrado. Fue la primera persona española en entrar en la agencia.
“Me ha encantado que me hayan aceptado, primero por ser mujer, segundo por la edad que tengo y tercero por entender mi fotografía, que es la fotografía de lo cotidiano.
Me gustaría que cuando alguien vea una foto mía vea mi pasión, el amor, que encuentren algo de poesía y que de real esa fotografía devenga en surreal”.
En marzo de 2012 le hizo la fotografía de la polémica al expresidente del congreso Manuel Marín, que causó un gran revuelo por costar 24.780 euros.
Como todos los anteriores expresidentes que eligieron al artista que les pintó, Marín eligió a García Rodero para que le hiciera el retrato que figuraría en el pasillo de la Asamblea, donde figuran todos los expresidentes.
Era la primera vez desde 1810 que no se dibujaba a un expresidente, sino que se le fotografiaba. Y, pese a ser éste un precio muy inferior al que se paga por los cuadros (el siguiente cuadro, el de José Bonó, costó 85.000 euros), la polémica no cesó.
La idea se tomó en 2011, pero dado que venían elecciones en noviembre, hubo que esperar a que éstas pasaran y la foto se hizo en 2012, tras la luz verde de la nueva cámara, en la que el PP tenía mayoría absoluta. No se expuso hasta abril de 2014.
Sobre esa polémica del paso del cuadro a la fotografía, ella dijo: «La técnica no es lo importante en el arte».
El entonces presidente del Congreso, José Bono, pidió a Marín que reconsiderara su decisión, pero él quiso seguir adelante con la fotografía.
Para el retrato, el único no pintado de toda la historia de España, le fotografió con traje de raya diplomática oscuro, corbata estampada azul y la mano derecha en el bolsillo.
La obra se puede contemplar en el pasillo del Palacio que conduce a la Sala Mariana Pineda, estancia en la que se reúne la Junta de Portavoces, y muy cerca de la entrada de la tribuna de prensa del hemiciclo.
El año en que le hizo la foto a Manuel Marín, también fotografió a la Familia Real.
Era 2012, ella tenía 63 años, y recibió el encargo de la Casa Real, con motivo del 40º aniversario de la Reina Letizia.
No ha trascendido el importe del reportaje, como sí pasó con la foto de Manuel Marín.
“No sé por qué los Príncipes, los hoy Reyes, se fijaron en mí. Intenté que fueran fotos de una familia normal. Las niñas son un encanto y ellos muy disciplinados. Pero ya los tenía preparados y el príncipe Felipe no dejaba de hablar y hablar. Yo no sabía cómo dirigirme a él por mis nervios y al final le grité: ‘¡Niño!’. No se enteró y fue doña Letizia quien le dijo: ‘Eso va por ti”.
En 2013, con 64 años, fue elegida como la cuarta mujer académica de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la que se formó de joven. Fue propuesta por el fotógrafo vitoriano Alberto Schommer.
El nombramiento fue de ‘Académica de Número para la Sección de Nuevas Artes de la Imagen’, ocupando la Medalla vacante que poseyera Luis García Berlanga.
Dos meses después, en noviembre de 2013, presentó en Madrid una serie sobre Georgia (1995-2013)
En 2014, con 65 años, viajó a la India a fotografiar la labor de la Fundación San Vicente Ferrer, que se expuso en Madrid en Caixa Forum en primavera de 2017. También se expuso en India y en Moscú.
Desde hace ya bastantes años, está trabajando en un amplio monográfico titulado ‘Entre el cielo y la tierra’, basado en el registro de festivales, de música, de sexo y de erotismo. Sitios para divertirse, mostrarse o amarse.
Como ella misma dice, en este sentido ha realizado multitud de fotografías, desde los hippies en Texas, al Love Parade de Berlin, empezando a trabajar por el sur de Francia, luego por el centro, y de allí a América, al Caribe, a Haití.
Es una mujer entrañable. Se autodefine como “perfeccionista, puntillosa, intuitiva, muy seria con el trabajo, torpe y algo lenta”.
Actualmente, imparte charlas y cursos de fotografía allí donde se le llame.
En septiembre de 2018 se inauguró en su localidad natal (Puertollano, Ciudad Real) un museo municipal que lleva su nombre, el único de todo el mundo dedicado a la artista.
El Museo Municipal ‘Cristina García Rodero’ se inauguró con la exposición ‘Rituales en Haití’. Tiene una sala con su obra permanente y acoge exposiciones temporales con los diferentes trabajos desarrollados por la fotógrafa en las últimas cuatro décadas. Además de exposiciones individuales de fotografías de García Rodero, también acoge muestras coprotagonizadas junto a otros fotógrafos, como es el caso de la exposición Fotógrafos de ‘El País’ inaugurada en otoño de 2020.
Ubicado en la Plaza de la Constitución de la localidad, la entrada a su museo es gratuita.