André Kertész

André
Kertész

André Kertész (1894-1985)  es uno de los fotógrafos más relevantes e influyentes de la historia de la fotografía, si bien no es uno de los más famosos.

Su forma de entender la fotografía supone el origen de toda la fotografía de calle (periodística o artística) que vendrá después.

Se desarrolló entre la corriente surrealista y la instantánea, gracias a su ingenio y el dominio de la experimentación técnica con cámaras pequeñas tipo Leica.

Fue un modelador del estilo de la fotografía moderna. Tierno, nostálgico, púdico, Kertész ha puesto de relieve nuevos caminos para la fotografía, en el lindero poético del realismo, sin insistencia ni énfasis.

Fue un pionero en la composición fotográfica y del fotoperiodismo y el principal precursor de la idea de ‘deambular con una pequeña cámara por la gran ciudad’, como un ‘flaneur’.

Obtuvo reconocimiento crítico por sus distorsiones de imagen y la historia ha querido que sea el pionero de la fotografía poética del instante.

Masterclass en vídeo: análisis de la obra de André Kertész

Las claves

La obra de Kertész está ligada a una manera de entener la fotografía, con cámaras pequeñas que permiten captar ‘el instante’ y fotógrafos y fotógrafas que deambulan por la ciudad en busca de momentos casuales ‘mágicos’.

El primer ‘flaneur’ de la historia de la fotografía

Kertész es una de las figuras más importantes e influyentes. Su forma de entender la fotografía supone el origen de toda la fotografía de calle (periodística o artística) que vendrá después.

Paseos sin rumbo

Kertész fue el primero en concebir la fotografía como una búsqueda activa sin un rumbo fijo, en la que el fotógrafo, cámara en mano, pasea y pasea en aras de conseguir momentos o instantes casuales.

Instante o momento artístico consciente

Fue el primero en utilizar una cámara pequeña de 35mm y fotografiar momentos casuales y cotidianos con una intención consciente de elevarlos a la condición de Arte. El sentido de la poética cotidiana lo inventa Kertész.

Nexo de unión entre corrientes

Kertesz, que viajó desde el París de los años 30 a los EEUU, es el puente que conecta las ‘vanguardias europeas’ con la ‘fotografía directa americana’. De ahí que la fotografía de Kertész sea humanista pero tenga además un formalismo propio de las vanguardias.

Origen del fotoperiodismo

Aunque su trabajo más conocido sean sus fotografías personales o artísticas, lo cierto es que Kertész fue fotoperiodista en la revista VU y uno de los primeros en construir lo que luego sería el lenguaje de la profesión fotoperiodística.

Biografía de André Kertész

Primeros años

Nadador bajo el agua (1917)

André (Andor) Kertész nació el 2 de julio de 1894 en Budapest, Austria-Hungría, en una familia judía de clase media baja. Era el segundo de tres varones. Su padre, Lipót Kertész, era librero, y su madre, Ernesztin, regentaba una cafetería.

Se crió con su madre tras la muerte de su padre, en febrero de 1909. Él y sus hermanos fueron ayudados por su tío materno Lipót Hoffman, que se dedicaba con éxito al comercio de grano.

Su familia quería que hiciera una carrera en los negocios, pero él se mudó y se enamoró de la cultura bohemia. Kertész creía que tenía alma de poeta.

Allí impresionó sus primeras instantáneas en 1912, en su tierra natal, donde empezó a experimentar con la cámara fotográfica, como otros artistas de las vanguardias europeas hacían con la pintura y el cine. Quería probar nuevas formas de contemplar el mundo y lo hacía por ejemplo utilizando espejos cóncavos y convexos para fotografiar cuerpos desnudos distorsionados.

Tomó su primera fotografía con 18 años, y llevó su cámara consigo cuando se alistó  para luchar en la primera guerra mundial. En 1914, combatió en el ejército austrohúngaro donde una grave herida a punto estuvo de paralizarle el brazo derecho.

La Primera Guerra Mundial fue campo de experimentación de otros fotógrafos, aún en incipiente formación y que realizaron sus primeras incursiones durante este periodo. Es el caso de Kertész, que publica las primeras fotografías de la guerra para el diario húngaro Erdekes Ujsag (1917). Lamentablemente, estas imágenes se perdieron durante la Revolución Húngara (1918).

Fue estando junto con otros convalecientes en el bordillo de una piscina remojando las piernas, cuando Kertész quedó atrapado por el efecto de la luz en el agua y comenzó a hacer fotos sin parar.

De aquel experimento nacerá Nadador bajo el agua (1917), una de sus imágenes más conocidas.

Tras la guerra regresó a Hungría y continuó tomando fotografías. Sus imágenes se reprodujeron con frecuencia en revistas húngaras.

París era una fiesta

En 1925 se afincó en París,  buscando el estímulo que Budapest no le ofrecía.

Una vez instalado en Francia abandonó las verdes praderas y las polainas campestres, tan habituales en sus memorias húngaras, introduciéndose en las lianas urbanas de París de los años veinte/treinta. 

Kertész protagonizó una muestra individual en la galería Sacré du Printemps en 1927 que le relacionó con los artistas de vanguardia de la época. Sus fotografías fueron muy difundidas, lo que selló una reputación como uno de los principales fotógrafos de la ciudad. Estableció lazos de amistad con los grandes artistas del momento (André Bretón, Piet Mondrian, Marc Chagall, Alexander Calder, Colette, Sergei Eisenstein). 

No utilizó técnicas de cuarto oscuro, como la solarización, para manipular sus imágenes, sino que realizó composiciones directas de la vida real.

Formó parte de un grupo de inmigrantes húngaros que se reunían en el Café du Dôme. Dos de sus compatriotas emigrados, el escultor István Beöthy y la cabaretista Magda Förstner, desempeñar un papel decisivo en Bailarina Satírica (1926).

Danseuse burlesque [Bailarina satírica], 1926

Con toda seguridad, durante esta época, conoció, acogió y formó en fotografía a su compatriota Robert Capa.

Al estallar la II Guerra Mundial huyó a Nueva York.

"Todo es un tema. Cada tema tiene un ritmo. Sentirlo es la razón de ser. La fotografía es un momento fijo de tal razón de ser, que vive en sí misma"

- André Kertész

Leica de 35mmm

La gran revolución llegó con la Leica. Un ingeniero y aficionado al alpinismo, Oskar Barnack, diseñó una cámara pequeña que le permitiera usarla en condiciones extremas.

El primer prototipo fue de 1913, pero las investigaciones se detuvieron por la Primera Guerra Mundial.

Hasta 1924 no se fabricaría en serie, con película de 35mm. Los sucesivos modelos, la Leica I (con objetivos intercambiables, 1931), la
Leica II (1932, con telémetro incorporado) y la Leica III (para realizar exposiciones a velocidades lentas), tendrían un gran éxito entre los reporteros.

La Leica, de tamaño pequeño, ligera y discreta, dio al usuario una mayor independencia y, añadido a la película flexible de 35mm, permitía tomar varias secuencias en muy poco tiempo. De rápido manejo, con una sólida estructura de metal y una amplia gama de sensibilidad en las películas, entre otras ventajas, otorgó gran libertad y empuje al género del reportaje.

Su uso fue fundamental en la obra de autores como Cartier-Bresson, Robert Capa o André Kertész.

La Leica abriría las puertas a un nuevo formato de película y otras cámaras la incoporaron. Estos primeros modelos de cámaras para 35mm no eran réflex, cuya fabricación y uso se generalizó a partir de 1949, cuando surgieron la Contax S y la italiana Rectaflex.

Kertész utilizó una Leica ligera de 35mm para sus fotografías de París. Estuvo casado durante muy poco tiempo con Rosza Klein (la fotógrafa conocida como Rogi André), pero durante toda su vida amó a Erzsebet Salomon (más tarde Saly), con la que se casó en 1933. Kertész publicó su primer libro Enfants, ese mismo año, al tiempo que aceptó encargos para revistas francesas y alemanas como Vu, Art et Médicine, Neueste Illustrierte y Die Dame.

Elizabeth et moi [Elizabeth y yo], 1931

Fotógrafos y editores se repartieron entre los que defendían la libertad y novedad de la fotografía en pequeño formato que permitía mayor libertad, aunque la definición de la película no daba entonces los mejores resultados, y aquellos que defendían los formatos tradicionales, de mayor nitidez y calidad de imagen.

Estos sistemas también modificaron los hábitos en los tiempos de trabajo, ya que la mayoría de reporteros, sobre todo en trabajos como enviados especiales, en frentes de guerra o grandes acontecimientos, enviaban directamente la película a los laboratorios de las publicaciones.

Kertész, durante esos diez años participó en exposiciones en París, Stuttgart (la muestra Film and Foto de 1929), Múnich y Nueva York.

Reportaje ilustrados

La revista alemana Berliner Ilustrierte desarrolló una línea innovadora de temas sorpresivos y nuevos para el público con algunos trabajos de grandes autores. Como ejemplo podría citarse el dedicado a la vida de los monjes en el monasterio trapense de Soligny, titulado «La cámara del silencio» y firmado por André Kertész.

En él aparecían escenas que nunca antes habían sido vistas por el público: los monjes en sus celdas, en su trabajo diario, en la mesa y durante una vigilia con un ataúd abierto.

Las imágenes de Kertész fueron capaces de recrear la atmósfera del lugar, además de ilustrar para el público los sentimientos de los monjes y su forma de vida. Los años posteriores de la Berliner Ilustrierte pasarían bastante inadvertidos desde el punto de vista editorial —al igual que para otras publicaciones de la época como Szafranski y Korff, hasta la llegada de Erich Salomon, en 1931.

Otras revistas alemanas de la época que también incluyeron el fotorreportaje fueron Hamburger Illustrierte (1918-1944), Die Deutsche Ilustrierte (1925-1944), Das Ilustrierte Blatt (1913-1944), Koralle (1925-1944), Atlantis (1929-1964), Die Dame (1912-1943) y Uhu (1924-1934).

A comienzos de 1930, las revistas ilustradas tenían 5 millones de lectores. La mayoría de ellas cerrarían, por su espíritu liberal, con el triunfo del nazismo, y el resto lo haría con la Segunda Guerra Mundial.

Distorsiones (1933)

Fue uno de los pocos fotógrafos que se relacionó con los artistas más cercanos al surrealismo. Dicha influencia le llevó a experimentar con la cámara fotográfica, como tantos artistas de las vanguardias europeas, intentando probar nuevas formas de contemplar el mundo. Así, son famosas sus distorsiones de cuerpos desnudos, creadas con espejos cóncavos y convexos.

El surrealismo, heredero del dadaísmo, continuó su línea de subversión, aunque encauzada en unos parámetros estéticos más artísticos, pero también tremendamente provocadores. Agitadores de mentes, intentaron sacudir la moral conservadora tras el desastre de la Gran Guerra, dejando su huella en el mundo del arte para siempre.

A pesar de tratarse de un movimiento fundamentalmente literario en sus inicios, teniendo al escritor André Breton como alma iniciática, el surrealismo pronto caló en otras áreas artísticas, como la pintura y el cine. E, inevitablemente, la fotografía también se vio impregnada por esos nuevos aires, incluso comenzando por reconocer un trabajo previo al mismo movimiento, como el de Eugène Atget, una obra donde muchos adalides de él, reconocieron los principios básicos del surrealismo.

Y, en verdad, la fotografía, con la capacidad que tiene de alterar y subvertir los significados de todo lo que aparece dentro de ella, con su forma de descontextualizar elementos, personas y formas, es perfecta para trastocar la realidad, para crear un nuevo mundo más allá de lo material, sin ataduras, sin limitaciones, tal y como pretendía el surrealismo.

Distorsiones es una serie de desnudos masculinos y femeninos que Kertész realizó por encargo para la revista masculina Le Sourire

Sobre la serie afirmó: «En ocasiones, con sólo medio paso a la izquierda o la derecha, todos los contornos y todas las formas cambian. Yo observaba los cambios y me paraba cada vez que me gustaba la combinación de formas corporales distorsionadas». 

"No soy un fotógrafo surrealista. Soy absolutamente realista"

Para el profesor Antonio Molinero Cardenal, «Kertész compuso algunos de los desnudos más turbadores de la fotografía surrealista. Son sus célebres distorsiones, fechadas en 1933, serie inspirada en una imagen de su titularidad, Nadador bajo el agua (1917).

Sin que sirva de precedente, en Distorsions, Kertész le da la vuelta a su habitual sutilezay mesura plástica, alistándote momentáneamente en el bando de lo freudiano y manipulando espejos que deforman la habitual identidad del cuerpo humano.

Otros desnudos suyos también entran dentro de los esquemas surrealistas, aunque siempre se consideró un fotógrafo realista: «No soy un fotógrafo surrealista. Soy absolutamente realista». 

"Nunca hago un documento, sino que doy una interpretación"

- André Kertész

Encargos y foto de autor se mezclan

En Francia, al igual que en Alemania, primeras firmas en el campo de la fotografía publicitaria participaron activamente en la puesta en marcha de las vanguardias fotográficas del momento y viceversa, diferenciando el trabajo hecho con fines comerciales y la fotografía de autor propiamente dicha, a pesar de que a nivel conceptual y estilístico en esa época a veces se borra la línea divisoria que tradicionalmente ha existido entre la fotografía aplicada y la de autor, lo cual repercutió muy positivamente en la calidad de la imagen publicitaria.

Uno de los casos que ejemplariza esta nueva situación es la famosa imagen de André Kertész titulada La fourchette (1928), que tiempo ha dejó de ser la evocadora representación de un tenedor colocado sobre el borde de un plato para transfigurarse en uno de los fetiches más cotizados de la historia de la fotografía. Esta imagen, ya clásica, fue usada en su momento para anunciar una conocida marca de cubiertos. Posteriormente, ya sin fines lucrativos, ha sido publicada y expuesta en innumerables ocasiones.

La fourchette [El tenedor], París, 1928

Segunda emigración: New York

En 1936, la pareja dejó Partís para viajar a Nueva York, una ciudad en la que el fotógrafo nunca fue feliz. Con todo, la llegada de los artistas europeos, especialmente la de Kertész en el caso de la fotografía, vino a enriquecer y mucho el panorama norteamericano.

El resentimiento de Kertész por tener que trasladarse de Francia a Estados Unidos, tras firmar un contrato de un año con Keystone Press Agency para crear un estudio de moda en Nueva York, influyó en su relación con el país que pudo haberse convertido en su hogar. Como el antisemitismo había limitado seriamente su trabajo comercial en París, se vio obligado de nuevo a abandonar un país para instalarse en otro.

Llegó a Nueva York a mediados de noviembre de 1936 y, a la deriva en el mundo de la fotografía de moda, trabajó para otras publicaciones, una decisión que acabó con el contrato que tenía con Keystone. A pesar de este contratiempo profesional, Kertész gozó enseguida del reconocimiento de sus cualidades artísticas, y cinco de sus fotografías fueron seleccionadas para la gran exposición de 1937 «Photography 1839-1937» en el MoMA. A pesar de ello, el fotógrafo fue capaz de convertir su éxito en excusas para sentirse amargado al verse alejado de París.

Más tarde, después de varios desengaños profesionales, se quejó porque Beaumont Newhall, el comisario de la exposición del MoMA, le había pedido que recortara una de sus «distorsiones» desnudas para eliminar la zona púbica: «Estaba furioso. Es una mutilación, es como cortar un brazo o una pierna».

Su estancia en París, durante la cual se había esforzado tanto en encontrar el éxito, se transformó en su jardín del edén idealizado.

En 1941 Kertész no pudo fotografiar en la calle debido a su condición de extranjero enemigo. Este hecho, sin duda, contribuyó en su decisión de solicitar la ciudadanía estadounidense, que le concedieron en 1944.

También fue en esta época cuando Salamon adoptó el nombre de Elizabeth Saly. Durante el último año de la contienda, Kertész publicó Day of Paris, con diseño de Alexey Brodovitch, quien entonces dirigía Harper’s Bazaar.

Un año más tarde, se celebró una exposición con el mismo nombre en el Art Institute de Chicago. Sin embargo, el reconocimiento como fotógrafo artístico no le aportó un beneficio económico, y en 1947 firmó un contrato de exclusividad durante un año con Condé Nast para trabajar en la revista House & Garden —una relación profesional que se prolongaría durante los siguientes quince años—.

Durante este período de su vida, Kertész en realidad se sintió como la voz que clama en el desierto. No solo veía cómo se hacían célebres otros fotógrafos de su generación, sino que, además, gracias al éxito del negocio de perfumería de su esposa después de la guerra, era ella quien manejaba los hilos de su economía.

En 1952 la pareja se trasladó a un apartamento en un rascacielos nuevo situado en el número 2 de la Quinta Avenida.

Diez años más tarde, enfermo y absolutamente alejado del mundo de Condé Nast, Kertész abandonó House & Garden. A partir de ese momento, dejó que su esposa llevara sus asuntos.

En 1964, el nuevo director de fotografía del MoMA, John Szarkowski, organizó una exposición individual de Kertész. A partir de ese momento el fotógrafo fue cada vez más conocido. 

Nueva York, desde la ventana

Las fotos que André Kertész hizo en Nueva York 1936-1970 muestran el sentimiento de un hombre que echa de menos a sus camaradas y al París en el que vivió tras la guerra y que se siente aislado por su pobre inglés. Un emigrante que no encuentra su sitio.

Hizo muchas fotos de lectores abstraídos en sus balcones En una de ellas se ve a una niña leer un libro suspendida en su terraza junto a la colada secándose.

En esa época hacía las fotos desde la ventana: retrataba los grandes puentes, callejones, rascacielos y, con teleobjetivos desde la ventana de su apartamento en Washington Square, jugaba con las perspectivas de las azoteas.

«Cuando se mudó a 2 Fifth Avenue, el edificio estaba vacío y en construcción y recorrió todos los apartamentos en busca de un punto de vista específico desde el que pudiera fotografiar. Eligió el piso 12 y dijo que era porque estaba lo suficientemente lejos como para aplanar el campo y crear fotografías arquetípicas, pero lo suficientemente cerca como para poder involucrarse en la intimidad desde abajo».

Su deseo de una habitación con vistas les llevó a él y a su mujer Elizabeth, en 1952, al departamento de Greenwich Village, cuyas vistas ofrecían una panoplia de luces, líneas, sombras y texturas.

Desde su apartamento ubicado 12 pisos sobre el Parque Washington Square, fotografiaba el paisaje urbano de árboles, tejados y senderos cubiertos de nieve: sus fotos muestran lejanía e intimidad, afecto y anhelo.

Regreso a París

André Kertész con Robert Doisneau en París en 1975

En 1963, regresó a París y tomó más de 2.000 fotografías en blanco y negro y casi 500 diapositivas que capturan la esencia de la ciudad de Montmartre, a las orillas del Sena, a sus jardines y parques.

Kertesz editó estas fotografías en forma de libro, pero dejó el trabajo de lado y fue redescubierto en sus archivos, veinticinco años después de su muerte en el libro Paris Autum 1963.

Últimos años

Ya próximo a los setenta años, Kertész comenzó a recibir el reconocimiento que creía que le había sido esquivo, lo que incluyó retrospectivas en París y Nueva York (en 1963 y 1964, respectivamente), la firma de un contrato en exclusividad con la New York’s Light Gallery (1974), y otros honores de la Ordre des Arts et des Lettres (1976) y la Legión de Honor (1983).

Sin embargo, este éxito artístico se vio empañado por la salud cada vez más frágil del fotógrafo, quien tuvo que ser hospitalizado en la primavera de 1976.

Saly, a su vez, había desarrollado un cáncer de pulmón, y Kertész se dedicó a cuidarla cuando él no estaba ingresado. Saly falleció en octubre de 1977, y fue en ese momento cuando el fotógrafo comenzó a dar una visión romántica de su matrimonio.

En una entrevista sostuvo que después de su muerte dejó de tomar fotografías, hasta que vio un busto de vidrio en la ventana de la librería Brentano: «Era Elizabeth». Lo compró y se embarcó en la realización de una serie de imágenes Polaroid en las que en un principio solo aparecía el busto; más tarde, siguió con una segunda serie. Sobre esta intensa etapa fotográfica, afirmó: «De repente, me pierdo, pierdo el dolor, pierdo el hambre e incluso pierdo la tristeza».

Continuó trabajando con una Polaroid y una cámara de 35mm hasta sus últimos días.

Recibió el Gran Premio de Fotografía en París en 1982.

Él falleció tres años después, en 1985, a los 91 años, en Nueva York.

Leer / On reading

En 1971 publicó una obra de arte fotográfica, quizás en honor a su padre, que era librero, con fotos tomadas de personas leyendo desde 1920 hasta entonces: On reading.

Los lectores de todos los lugares concebibles -en los tejados, en los parques públicos, en las calles abarrotadas, esperando en las alas del juego escolar- están atrapados en un momento profundamente personal, pero universal. Las imágenes de Kertész celebran el poder de absorción y el placer de esta actividad solitaria y hablan a los lectores de todas partes. Los amantes de la fotografía y la literatura por igual recibirán con agrado esta reedición de este clásico trabajo que ha estado fuera de circulación durante mucho tiempo.
Cuarenta años después, el libro se publicó en castellano.

‘Leer’ es uno de los libros de fotografía más importantes del siglo xx. Podéis consultarlo en la biblioteca de Fotogasteiz. Más de cuarenta años después de su primera y celebrada edición en inglés, este clásico de la fotografía –aún hoy moderno, tierno y revelador– se publica por primera vez en castellano con un prólogo escrito para la ocasión por Alberto Manguel y una nota de Robert Gurbo, experto en la obra de Kertész.

En las fotografías, tomadas entre 1915 y 1970, Kertész capturó a lectores de toda condición en momentos intensamente personales –y sin embargo universales– en cualquier lugar imaginable: azoteas, parques públicos, calles abarrotadas… Tal vez en memoria de su difunto padre, que era librero, o porque entendía profundamente la naturaleza transformadora de la palabra impresa, Kertész empezó a fotografiar a personas absortas en la lectura tan pronto como comenzó a tomar fotos; un tema que siguió intrigándolo mucho más tarde, ya en París o en Nueva York, incluso en sus viajes por todo el mundo.

Una de las primeras fotografías de esta colección tres niños pequeños encorvados sobre el libro que uno de ellos sujeta con las rodillas la hizo en Hungría con poco más de veinte años y fue el inicio de una serie fascinante que todavía hoy imitan muchos otros fotógrafos. Tan juguetonas como poéticas, las imágenes de este apasionante libro celebran el poder absorbente y el placer de esta actividad solitaria, y hablarán tanto a los fans de la fotografía como a los de la literatura.

"La técnica no es importante. La técnica está en la sangre. Los eventos y el estado de ánimo son más importantes que la buena luz y lo que importa es el acontecimiento"

- André Kertész

Legado profundamente honesto

Para el profesor Antonio Molinero Cardenal, «aunque algunas de sus fotografías más célebres retratan a creadores de primera magnitud, su caldo de cultivo ideal lo componen indistintamente lobos esteparios y peces de colores que vagabundean por los lánguidos y sedosos parques parisinos o por la endiablada jungla de asfalto, buscando algo o alguien, quizá una musa, tal vez un amor platónico, acaso su propia alma. (…)

A lo largo de siete décadas consecutivas, la inconfundible e irrepetible estética kertezciana ha explorado instantes decisivos que hasta ese preciso momento, finales de los años diez, habían pasado inadvertidos para otros fotógrafos, incluido Cartier-Bresson, que inició su carrera dos décadas después.

André Kertész nos ha legado una narrativa visual profundamente honesta, de una autenticidad y una frescura intachables, cuya dinámica visual rehace los pequeños tics, que son consustanciales a las escenas de la vida cotidiana, buscando constantemente efímeras señales de vida, que a continuación transforma en baladas eternas y perennes. 

La agilidad expresiva, la ternura, la sutil ironía y la calidad son el eje sobre el que bascula su refrescante e inquebrantable mensaje humanista. (…)

Las fotografías de Kertész tratan con igual cariño a los intelectuales y a los domadores de pulgas que dormitan en las arcadas del río Sena. También concentra su penetrante mirada en los pasos de ballet que ejecuta un caminante solitario que amigablemente charla con su propia sombra, o en los escarceos amorosos de una pareja de amantes, felices como sapos durante la tormenta, componiendo además extrañas y enigmáticas asociaciones entre personas, animales y objets trouvés, que al juntarlos dentro de una misma imagen dan cabida a escenografías puramente surrealistas. Ceremoniosas puestas en escena, en las que hay un continuo ir y venir de situaciones que van, desde lo real a lo irreal, desde lo surreal hasta lo paradójico».